Qué son unos millones de euros? Gustavo de Arístegui

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No sé si recuerdan. Hace unos años, Gustavo de Arístegui tuvo que dimitir de su empleo diplomático, el de embajador en la India. De Arístegui era un prometedor político del Partido Popular. Por alguna razón se fue a la India y de allí se vio forzado a regresar.

La India nos resulta a los ignorantes un país de ensueño, no el lugar de la prosperidad material sino la tierra de la ataraxia, de la austeridad.

Ya sé que esta percepción es un tópico culpable. Mi amigo Anaclet Pons me suele ilustrar periódicamente sobre la complejidad del Subcontinente. Le envidio ese conocimiento.

En este caso, sin embargo, no hay que saber mucho de la India para constatar la flojedad del alma humana. Somos decepcionantes, sí: a Gustavo de Aristegui se le atribuyó el cobro de comisiones millonarias como mediador de empresas españolas en la India.

No entiendo muy bien esa voracidad humana que lleva a desear más y más dinero, a acumular riquezas, a reunir inmensos patrimonios. Quienes obran así no me parecen reales. Son como caricaturas, la encarnación de algún pecado capital. ¿La avaricia, tal vez, ese apetito desordenado por poseer, por acopiar?

Quienes actúan con voracidad, con avaricia, parecen efectivamente personajes de cuento, como recién salidos de ‘Las mil y una noches’: rodeados de lujos asiáticos y oropeles inconcebibles, con las arcas llenas de tesoros incontables, con las cuentas opacas y tapiadas o los altillos forrados de dinero.

Para un cristiano fervoroso como Aristegui la India tuvo que ser ser tierra de oportunidades, de oportunidades pecaminosas, de tentaciones y lujuria material. El dinero, el mucho dinero, no da la felicidad, pero ayuda a pecar, ay Dios.

Fíjense en que me refiero a una propensión, a una compulsión. Superada una cierta cantidad, el dinero sólo trae problemas, hasta que te hunde o se funde o ambas cosas a la vez.

En cambio, si recibes una cifra respetable, digna o decorosa, el líquido te hace flotar. Ya no necesitas bracear. Puedes quedarte quieto disfrutando de una rentita o dándote paseos en chancletas, en sandalias.

Lo decía muy bien Juan Planas en su columna de ‘El Mundo’ publicada años atrás. Hablaba de los millones que presuntamente Iñaki Urdangarín habría tenido la intención de desviar a Belice. Millones de euros.

Entiendo el estupor de Planas: para quienes hemos sido educados en la contención, en los chavos, en los dos reales y en la austeridad, sumas tan fastuosas nos desconciertan, nos dejan secos o mudos.

¿No podemos conformarnos con una cantidad más chiquitita?, nos preguntamos. ¿Para qué reunir tanto dinero si finalmente has de desviarlo?, insistes. ¿Realmente el antiguo duque de Palma hizo eso de lo que se le acusa? ¿Para qué acumular esas sumas inconcebibles si a la postre Iñaki la vas a palmar?

Tú también te vas a quedar seco. Lo mejor es permanecer en un estado de ataraxia. O ser árbol, un árbol modesto e irrigado. Dice Planas:

“Estoy seguro -y segurísimo de no poder comprobarlo nunca- que el día que gane o me llueva, cómo si no, un mísero millón de euros no intentaré conseguir otro. ¿Para qué? ¿No basta con esa cantidad -o con menos- para vivir tan tranquilos, para hacer lo que, de verdad, nos guste y mirar el paisaje como si fuéramos, al fin, el árbol solitario, pero en buena compañía, que siempre soñamos ser?”

Yo también. Como sé que mi futuro será vegetal, a lo más que aspiro es a ser ese árbol, un árbol solitario que pueda vivir tranquilo en un bancal. O, quizá mejor, ya puestos: en el jardín fresquito del Edén.

Sin malas compañías, sin malas hierbas, sin malasombras que efectivamente crecen a tu sombra. Sin faltas veniales, sin pecados mortales. No entiendo el egoísmo de la fauna local, esa necesidad de acaparar o de regarlo todo con millones.

Gustavo de Arístegui fue en tiempos un relamido experto del PP en materia terrorista. Por lo que parece, saber mucho y cobrar decorosamente es frustrante, muy frustrante. En estos años de tristeza y transición, quiero saludar enteramente a De Arístegui, al Sr. Pecador.

Una cura de desintoxicación metálica le haría bien. Así como largos paseos en sandalias, como Cristo redentor. Es un pequeño suplicio para quienes siempre se desplazan en coche oficial. Pero es cilicio purificador.

Eso creía yo, tan inocente como siempre. Después he averiguado cosas. Por lo que ahora sé, De Arístegui lleva una aseada vida de profesor católico y de lobista americano. Ignoro si comete delitos. Ahora, por lo que sospecho, imagino que seguirá pecando.


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